martes, 1 de febrero de 2011

Sinopsis de El español de Hispanoamérica: Unidad y diversidad, de Ángel Rosenblat
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La frase del escritor inglés George Bernard Shaw según la cual Inglaterra y Estados Unidos están separados por la lengua común, alude a los inevitables conflictos que surgen cuando una misma lengua se habla en territorios dilatados.
En la percepción de las lenguas, alternan a cada paso tres visiones: la del turista, la del purista y la del filólogo.
Detengámonos primeramente en la visión del turista.Un español que viaja a México queda sorprendido pues en su primer desayuno no le ofrecen pan, sino bolillos, es decir, panecillos, llamados virotes en Guadalajara y cojinillos en Veracruz. En la calle, tiene que escoger entre tomar un camión, es decir, un ómnibus (la guagua de Puerto Rico y Cuba) o buscar a un ruletero, o sea, el taxista, llamado así porque da más vueltas que una ruleta. Puede que le ofrezcan un aventón, es decir el pon de Puerto Rico o la colita de Venezuela.
Si quiere limpiar sus zapatos, debe llamar a un bolero, el equivalente del embolador colombiano, que se los boleará. Si llama por teléfono, lo primero que le contestan es ¡Bueno!, lo cual le parece una aprobación algo prematura. Por todas partes, lee se renta, lo que le recuerda el inglés to rent. Le hablan de botanas, que equivalen a las tapas españolas, los ingredientes argentinos, los pasapalos venezolanos o los entremeses puertorriqueños. Ve establecimientos llamados tlapalerías, especie de ferreterías; misceláneas, pequeñas tiendas o quincallerías; y rosticerías, voz que viene del italiano, equivalente a las rotiserías del francés.
También ve el siguiente cartel: Prohibido a los materialistas estacionar en lo absoluto, que se refiere a los chóferes que acarrean materiales de construcción. Poco después, dice a un conductor que lo lleve al hotel y él le contesta:
-Luego, señor.
-¡Cómo luego! Ahora mismo. -Sí, luego, luego.
Después comprende que luego significa en México al instante. En otra ocasión, lo invitan a comer paella en la casa de usted. Encarga en su hotel una paella y espera a los invitados, que no llegan, pues lo esperaban en la casa de ellos, que es la de usted.
Para despedirse, oye que la gente dice: Nos estamos viendo. Oye sorprendido que algunas personas gustan de los chabacanos, es decir, de los albaricoques. En un periódico, lee: actuó como un goriloide, es decir, como un bruto; parecen estar de acuerdo los padres y los plagiarios, o sea, los padres y los secuestradores; diez mil litros de pulque decomisados a unos toreros, noticia que nada tiene que ver con los toros, sino con los toreos, es decir, con las destilerías o el expendio clandestinos de pulque.
El turista español se ve en apuros para pronunciar los nombres mexicanos: Netzahualcóyotl, Popocatepelt, Iztaccíhuati. Sobre todo, tiene conflictos mortales con la x. Se burlan de él cuando pronuncia Méksico. Luego, dice:
-  El domingo voy a Jochimilco
-  No, señor, Sochimilco.
Cuando quiere ir al teatro, llama al ruletero:
-  Al Teatro Sola.  
-  ¿No será Shola?
Para llegar a Necasa, dice entonces:
-  A Necaja, Necasa o Necasha, como quiera que ustedes digan. 
-  ¿No será Necaxa, señor?
-  ¡Oh sí, la x también se pronuncia x!
Nuestro español ya no se atreve a abrir la boca y decide irse a Venezuela. En el aeropuerto venezolano, le dice un chofer:  
- Musiú, por seis cachetes le piso la chancleta y lo pongo en Caracas.
Musiú es todo extranjero, aunque no precisamente el de lengua española, y su femenino es musiúa; los cachetes, también llamados carones, lajas, tostones, ojos de buey y duraznos, son los fuertes o monedas de plata de cinco bolívares; la" chancleta o chola es el acelerador.
Luego, el chofer exclama: Se me reventó una tripa, para indicar que se reventó un neumático. Una vez en Caracas, el turista escucha a una señora ordenar a su criada:
-Cójame ese flux, póngalo en ese coroto y guíndelo en el escaparate.
El flux es el traje: el coroto es cualquier objeto; el escaparate es el guardarropa o ropero.
El turista recibe una invitación a cenar, pero acude a la una de la tarde, con gran sorpresa de los anfitriones, que lo esperaban a las ocho de la noche. Y es que en Venezuela la comida es la cena. Más tarde, para halagar a una joven, le dice que es muy mona, lo que ofende a la chica, pues en Venezuela mona equivale a presumida, melindrosa y afectada.
Alguien le exige que le preste algún dinero, pues el venezolano considera muy denigrante el pedir y exige, como una forma decorosa de rogar. También le sacan de quicio las galletas
del tránsito, es decir, los tapones de Puerto Rico. En un escaparate, ve un letrero que dice: "Un jamón 300 bolívares", donde el jamón significa una ganga.
Entonces, el turista decide irse a Colombia.
En Bogotá, la capital, ve muchos parqueadores o estacionamientos, así como loncherías y salsamentarías, mezcla de salchichería y repostería, indudablemente de origen italiano. Oye llamar monas a las mujeres rubias y cuando pide un tinto, le dan café negro en vez de vino. Llaman perico al café con leche pequeño, equivalente al marroncito de Venezuela y al cortado de Madrid.
Toca a la puerta de una oficina y le dicen que siga, para indicar que entre. Una señora envía a otra saludes. Dos amigas se despiden y se dicen mutuamente: ''¡Piénsame!". Ciertas sutilezas son sorprendentes: para indicar la altura de una persona mediante un gesto, hay que colocar la mano verticalmente, pues si se coloca de forma horizontal, la referencia es a la altura de un animal.
El turista decide irse a Buenos Aires.
Allí se asombra con tanto che, chau, vos, atorrante, macana. Si pregunta cómo trasladarse de un lugar a otro en la ciudad, le dicen que cache el bondi, es decir, el tranvía, del italiano cacciare y el brasileño bondi. Los estudiantes pueden tener una conversación como la siguiente:
-  Che, ¿Sabés que me bochó en franchute el cusifai? (Me suspendió en francés el tipo ese.)
-  ¿Y no le tiraste la bronca?
-  Pa' qué... Me hice el otario... En cambio, me pegué un diez macanudo...
-  ¿En qué?
-  En casteyano...
Si hubiera visitado España, el turista habría encontrado casos análogos. Hablaba Unamuno sobre el siguiente letrero en una población andaluza: K PAN K LA, que quería decir capancalá, o sea, cal para encalar. Una señora andaluza dio la siguiente receta a unas amigas para hacer una tarta: "Tanto de leche, tanto de huevos, tanto de azúcar... y harina, la carmita". Al día siguiente, la llaman por teléfono: "Harina la Carmita no se encuentra en los ultramarinos". ¡Qué se iba a encontrar! La carmita era "la que admita''. También en Andalucía, si se pide café, un dependiente puede contestar: "No, sebá tostá ". Después de esperar para recibir el café que se estaba tostando, el parroquiano puede darse cuenta de que no se trataba de café tostado, sino de cebada tostada.
Los distintos grupos de la población madrileña, como los estudiantes, siempre han tenido su habla especial. En algún café puede oirse un diálogo sobre hazañas automovilística juveniles como el sanguine:

- ¿Quemásteis mucho caucho?
 Coronamos perdices a ciento veinte.
-  ¡Huy, qué piratas!
Con el camarero, un grupo de jóvenes puede conversar así:
-  Sorpréndame con un vidrio.
-  Castígame la Pepsi con yin.
-  Insístame en oro líquido con burbujas.
A los ejemplos de variedad léxica ya mencionados pueden añadirse muchos otros. El zopilote de México se ha extendido por América Central, pero en el propio México tiene nombres adicionales: zope; chope; chombo, en la región maya; nopo, en el este de Veracruz. En Costa Rica se le llama zoncho; en Venezuela, zamuro; en Cuba aura o aura tiñosa, en Colombia, chulo, galembo, chicora, gallinazo; en Chile  jote; en Paraguay y parte del litoral rioplatense, urubú, iribú.
La misma fruta se llama banana en Argentina, banana, voz quizás de origen africano, llegada a través de Brasil; cambur en Venezuela; guineo en unas partes; plátano en otras. En cambio, el plátano de Puerto Rico y Venezuela es una subespecie. En el sur se llama placar, del francés, a lo que en el norte se llama clóset, del inglés. En algunas regiones se conservan como reliquias ciertas voces españolas, como pollera, que se emplea mucho en Argentina, mientras que en otros lugares se usa cota, fustazón o, como en Venezuela, fondo.
La terminología puede variar incluso de pueblo en pueblo. El cuchillo mellado o romo se llama infiel en la provincia argentina de Córdova, moto en la de Tucumán; ávido en la de Santiago del Estero: desafilado en la de San Luis y vil en el nordeste de esta misma provincia. Los cordones de los zapatos se llaman en las distintas regiones de México agujetas, cintas, cabetes y cordones; en Venezuela se llaman trenzas; en Perú, pasadores.
En España existen al menos treintiún nombres para el aíbaricoque, entre ellos, albérchigo, labarillo, damasco, moyuelo, pesco, piesco, tonto. El cadillo recibe más de doscientos veintiocho nombres: abrojo, cardo, erizo, matasuegras, hasta novios, enamorado, amores. La vaina de las legumbres tiene más deciento cuarenta: vaina, jaruga, baqueta, cascobillo, casulla, gárgola, hollejo, calzón, frejones. El sapo tiene más de dieciocho nombres: escuerzo, rano, ponzoño, gusarapo, bufo.   La azada recibe más de treinta y tres: zuela, arzuela, legón, león, zacho, cavona, escardilla, garabato. De la colcha, hay veintiocho: cobertor, cobertera, cubrecama, sobrecama, tapadera, tendido, jarapa, recel.
Pueden citarse también diferencias léxicas entre el español hispanoamericano y el peninsular. Se han extendido por toda Hispanoamérica voces como: manejar el automóvil frente al conducir, de España; apurarse frente a darse prisa; pararse frente a ponerse de pie; irse frente a marcharse; centavos frente a céntimos y centésimos; fósforos frente a cerillas y cerillos; crema, del francés, frente a nata, la voz tradicional; y medias frente a calcetines
Y en efecto, tampoco se habla igual en Madrid, en Salamanca, en Santander, o en Sevilla. En la ciudad de Madrid, no se habla igual en los barrios de Salamanca, Chamberí o Lavapiés. En una misma colectividad no hablan igual los campesinos, los obreros, los estudiantes, los médicos, los abogados. Y dentro del proletariado, no hablan igual los obreros textiles que los de la construcción. No habían igual dos familias distintas y, en una misma familia, no hablan igual el padre, la madre, los hijos, los abuelos. Es decir, cada persona tiene su propio idiolecto.
si no hablan igual dos aldeas españolas situadas en las riberas opuestas de un río,
¿cómo podrían en América hablar igual veinte países separados por la inmensidad de sus
cordilleras, ríos, selvas y desiertos? ¿Y cómo podrían hablar igual españoles e
hispanoamericanos?
El turista, que en su propia tierra suele vivir sin ver nada, apenas sale por el mundo, se fija en todo. Sin embargo, lo que observa es casi siempre lo diferencial, lo insólito. Por eso, aunque su visión sea inocente, divertida y pintoresca, no es confiable.
La visión del purista es, por su parte, terrorífica. Éste tiene una concepción provinciana de la lengua general y tiende a identificarla con el Diccionario. No ve por todas partes más que barbarismos, solecismos, idiotismos, galicismos, anglicismos y otras enfermedades malignas. Vive constantemente agazapado, sigue el habla del prójimo con espíritu regañón y, en esta tarea, se arma de una enorme palmeta y de cierto espíritu de burla.
En lo tocante al idioma español, pretenden los puristas que los hispanoamericanos sigan a los españoles. Así, esperan que lo que en España se llama patata, es decir, papa, se llame igual en Hispanoamérica. Sin embargo, papa es una voz inca que los españoles adoptaron refundiéndola con la palabra patata, también americana, de forma análoga a los ingleses, que dijeron potato. ¿Debemos acompañarlos en su confusión?  Más justo sería que ellos corrigieran sus patatas. Parecido es el caso de los cacahuates mexicanos, provenientes del náhuatl cacáhuatl. En España, por influencia de la terminación -huete de otras palabras, como alcahuete, los convirtieron en cacahuates, cacahués o cacahueses.
En Italia se dice apartamento, de donde el francés hizo appartement y el inglés apartment. Lo natural sería, según esta tendencia, que en español se dijera apartamento. Pero los puristas buscaron en el Diccionario de la Academia y no encontraron esta palabra, sino apartamiento, la que adoptaron en defecto de la primera. No vieron que apartamiento es otra cosa: la acción de apartarse y, por extensión, la habitación recogida del Príncipe en el Palacio Real. En Argentina y México se dice departamento; en España, piso o cuarto. Finalmente, la Academia ha aceptado apartamento.
El purismo ha provocado dos aberraciones en Argentina: las voces contralor y refirmar. En el siglo XIX, penetró en el español y en muchas lenguas europeas la voz francesa control y su correspondiente controlar. Los puristas argentinos corrieron al Diccionario de la Academia y como no encontraron control, dijeron contralor. No vieron que el contralor que aparece en el Diccionario se refiere a controleur, un antiguo funcionario que revisaba los gastos y las cuentas de las instituciones del país. Al cabo, la Academia ha aceptado todos los controles, no sólo el francés, sino el auto-control, de factura inglesa. Mientras tanto, los argentinos siguen llamando contralor al control. El purismo argentino, por otro lado, tomó del Diccionario académico la voz refirmar, que parece volver afirmar, en tiempos en que la Academia todavía no había aceptado la palabra reafirmar, es decir, volver a afirmar.
Los puristas del español dan la impresión de que el idioma está a punto de expirar. No perciben que nuestra lengua no sólo se configuró con elementos latinos, sino también ibéricos, griegos, visigóticos, árabes, franceses, ingleses e indígenas americanos. Tampoco piensan que la grandeza del castellano fue anterior a la Academia. La España de Cervantes no fue purista. El propio surgimiento de la Academia y la misma palabra purismo son influencias francesas. La España del siglo XVIII, más débil que la del siglo anterior, sí tuvo tendencias puristas. Y aún en ese momento surgieron voces como la del Padre Feijóo, que identificaron el purismo con la pobreza lingüística. ¿Cómo se puede hablar de pureza castellana o en qué momento podemos fijar el castellano y pretender que toda nueva aportación constituya una impureza? La diversidad no pone en peligro la vida del idioma. ¿No es signo de riqueza que en España, por ejemplo, alternen voces como habichuelas, judías y alubias?
Ahora bien, mucho más importante que la diversidad léxica específica es la organización general que cada región imparte a su vocabulario, según sus preferencias mentales, es decir, lo que Guillermo Humboldt llamó la forma interior del lenguaje. El léxico de cada región es un sistema coherente de afinidades y oposiciones, distinto para cada lugar. Amado Alonso ha demostrado la riqueza de las denominaciones que los gauchos tienen para la vegetación.
Muchas de las palabras que han molestado a los puristas ya tienen la aceptación de la Academia. Del francés chauffer, Madrid hizo chófer, que también se usa en Puerto Rico por contacto con el inglés. En el resto de Hispanoamérica se prefiere chofer, más afín con la pronunciación francesa. La Academia ha aceptado ambas versiones. Otros casos son: tráfico, para significar tránsito; familiares, para indicar parientes, contrario a los puristas, que restringían su significado a los criados del Obispo; apoteósico, contra el apoteótico de los puristas; meticuloso, que sólo era el equivalente de medroso;  gira, en el sentido de viaje a distintos lugares; lupa; explotar, para significar estallar; autobús; arribista; planificar; detective; exilar y tener lugar.
De las visiones lingüísticas mencionadas, la del filólogo es la más científica, la que formula interrogantes e investiga. Los filólogos se han preguntado si existe una entidad lingüística a la que pueda llamarse español de América, o si se trata meramente de una serie diferenciada de habías regionales. La diversidad lingüística, tanto en Hispanoamérica como en España, ios ha llevado también a indagar sobre la futura unidad del idioma.
El humanista dominicano Pedro Henríquez Ureña intentó identificar zonas lingüísticas en Hispanoamérica. Una de sus propuestas, basada en la proximidad geográfica, los vínculos culturales y políticos y los sustratos indígenas territoriales, vio cinco regiones principales: 1) la Antillana o del Caribe, que incluye a Puerto Rico, Cuba, Santo Domingo, la costa de Venezuela y la costa atlántica de Colombia; 2) la mexicana, que incluye a México, América Central y el suroeste de Estados Unidos; 3) la andina, que incluye los Andes de Venezuela, la meseta de Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia y el noroeste de Argentina; 4) la chilena; y 5) la rioplatense, que incluye Argentina, Uruguay y Paraguay. De todas, la única que parece configurada lingüísticamente es la caribeña, a la cual puede agregarse la costa del Golfo de México y de la América Central.
Estas regiones se componen a su vez, según lo notó el propio Henríquez Ureña, de subregiones. Así, en el norte de México y en Nuevo México, existe la lengua de los manitos, por el tratamiento de hermanito; la de los ticos, o sea, la de los costarricenses, por su afición a los diminutivos en tico, como hermanitico; y la de los ches, cheses o cheyes, es decir, la de los argentinos. Aun habría que establecer diferencias dentro de un mismo país. En Venezuela, por ejemplo, existe la lengua de los apisas, los alas o los alitas, o sea, la de los tachirenses; y la de los primos, que son los de Zulia, por emplear con frecuencia este tratamiento.
Henríquez Ureña también vio diferencias entre las tierras alta s y las tierras bajas. Las primeras tienden   a prescindir de las vocales, mientras que las segundas tienden a prescindir de las consonantes. En México, se oye con frecuencia cafsito, pas 'sté, esprimento, frastero, fósfro; en La Paz, Colombia, Pot'sí, por Potosí; en Bogotá. muchismas gracias. En cambio, en las Antillas, en las costas y llanos de Venezuela y Colombia, en el litoral argentino y chileno es frecuente la aspiración y pérdida de la d intervocálica, la articulación relajada de la j, como hefe por jefe, la pérdida de la r final de palabra, como en come y señó. A veces se confunden la r y la / implosivas, como en pneltorriqueño, horsa, durce.
El contraste entre tierras altas y bajas se debe a razones históricas. Las tierras bajas fueron colonizadas predominantemente por gentes de las tierras bajas de España, sobre todo de Andalucía, cuya impronta es la más clara. Las tierras altas fueron colonizadas sobre todo por castellanos y tienen también la influencia de las lenguas indígenas de las mesetas, que eran muy consonanticas. Las diferencias se notan con suma claridad en ciertas regiones y en ciertas capas sociales. Se suavizan en los sectores cultos, más apegados a la lengua general.
No hay un solo rasgo importante del español de América que no tenga su origen en España. El castellano general de América es una prolongación del que se hablaba en España en ei siglo XVI, sobre todo el de Castilla y Andalucía, que no estaban entonces tan diferenciados como hoy. Tal castellano tuvo su primera etapa de nivelación o aclimatación en las Antillas, la que se extendió luego por todo el continente en un proceso que no ha cesado. Hay unidad de origen y desarrollo en el español americano.
Ya desde el siglo XVI, el español de América conserva un rasgo unifícador: el seseo, en el que se unificaron cuatro fonemas del español de 1500: mesa, passar, dezir, braso. Toda Hispanoamérica, aun las regiones colonizadas tardíamente presentan este rasgo. Los islotes de ceceo que se han ido descubriendo, son desarrollo moderno del seseo, por un descenso en el punto de articulación de la s.
Otro rasgo característico es la pérdida de la segunda persona del plural en todo el sistema verbal, y de las formas pronominales vosotros, os, vuestro. La lengua hablada en América no conoce el vosotros tenéis, ni el os digo, ni vuestra escuela. Aun en el habla escrita, en que ese uso es de imitación peninsular, se considera afectado. Este rasgo es, contrario al seseo, tardío de los siglos XVII y XVIII.
De España vino el uso de vos cantas, vos tenéis, vos tenés, vos tenís, vos sois, vos sos. De España vino también la reacción contra ese uso. Sin embargo, muchas regiones hispanoamericanas lo han conservado. En esta lucha entre ei vos y el se ha producido una unificación de los dos pronombres: vos ha triunfado sobre el o el ti, las formas tónicas del sujeto y caso terminal (vos eras, a vos, para vos, con vos); te ha triunfado sobre os en todos los otros casos (te quiere a vos, te da a vos, te quedáis o te quedás, cállate, sentáte). Se han eliminado las formas tú, ti, os. Es extraordinario que esta unificación, con formas de los dos pronombres, sea absolutamente igual en todas las regiones de voseo, cuando el proceso es posterior a 1600 y no se ha producido por intermedio de España, pues no existe en ninguna región española, sino a través de las distintas regiones hispanoamericanas.
En cambio, en el caso del yeísmo, la nivelación está en proceso, tanto en América como en España. Se ha consumado en todo México, las Antillas, América Central y Venezuela. La ll lateral se conserva en América del Sur: Bogotá y parte de la meseta colombiana (Cundinamarca, casi todo Bogotá y parte de los Santanderes, de Nariño, del Cauca, del Huila, del Tolima); en las provincias meridionales de la Sierra ecuatoriana (Cañar, Azuay, Loja); en la Sierra del Perú y en las provincias de Camamá, Islay, Tana, Moquegua, de la costa meridional; casi toda Bolivia, excepto por lo menos la provincia de Tarija; en el extremo sur de Chile (Chillán) y al parecer también en el extremo norte; en todo el Paraguay y en las provincias periféricas de Argentina (Corrientes, Misiones, el Este del Chaco, el Norte de San Juan, el norte y el oeste de la Rioja; en el oeste de Catamarca; en el norte de Jujuy).
A pesar de la diferenciación lingüística en Hispanoamérica, existe una gran tendencia a la unidad. En cuatro siglos y medio de vida, el español hispanoamericano tiene, desde el Río Grande hasta Tierra del Fuego, una portentosa unidad, mayor que la que hay desde el norte al sur de la Península Ibérica. Esa unidad es hoy mayor que en 1810, cuando estallaron las guerras de independencia, época en que grandes porciones del continente vivían apartadas hasta de sus propias capitales.
La unidad del español hispanoamericano se sostiene en las sustancialidades que comparte con el castellano general: la unidad del sistema fonémico, morfológico y sintáctico, el vocalismo y el consonantismo, el funcionamiento del género y del número, las desinencias personales, temporales y modales del verbo, eí sistema pronominal adverbial, los moldes oracionales, el sistema preposicional. También se da en el fondo  constitutivo del léxico. La unidad de español americano reposa sobre todo en la comunidad de lengua culta. Por debajo de esa lengua culta común vive la diversidad del habla campesina y popular, y también el habla familiar de los distintos sectores sociales. Pero frente a la diversidad inevitable del habla popular y familiar, el habla culta de Hispanoamérica presenta una asombrosa unidad gramatical y expresiva con  la de España, mayor que la del inglés en Estados Unidos o la del portugués brasileño.
Debe aclararse que el habla popular, el habla campesina y el habla familiar son dignas y tienen su propia razón de ser. De suyo, no constituyen un elemento fraccionador del idioma. El habla familiar, Por ejemplo, no puede ser incolora, inodora, insípida. Tiene que ser rica, emotiva, evocativa. Le cambian el sabor al sancocho si nos obligan a llamarlo salcocho. Lo cual no quiere decir que el habla familiar ande a la buena de Dios. Debe evitar cuando menos dos grandes peligros: la vulgaridad y la afectación.
Debe prestarse atención ai modo en que se desarrolla la unidad del idioma español. Hay que pensar, por ejemplo, en los tecnicismos. ¿Deben quedar a merced de los traductores improvisados en cada país, cada uno con su propio criterio? ¿No convendría una regulación internacional? La pujante ascensión social de las capas pobiacionales inferiores puede también potenciar elementos de fraccionamiento lingüístico. La unidad de la lengua culta debe ser obra general de la cultura en la que se dé amplia cabida a la libertad creadora del ser humano.
En la medida en que la lengua, según decía Guillermo de Humboldt, es el órgano generador del pensamiento, hay que admitir también una unidad de mundo interior, una profunda comunidad espiritual. Si el ser humano está formado o conformado por la lengua, si cada sistema lingüístico implica una filosofía, una concepción general, hay que admitir no sólo una unidad de la lengua hispánica, sino un sustancial modo hispánico de ser. ¿No es esto lo que Ortega y Gasset llamaba repertorio común de lo consabido?  La unidad social, decía, por encima de las fronteras políticas, la da el conjunto de cosas consabidas, eí tesoro común de formas de vida pasadas que forman la inexorable estructura del ser.
Ahora bien, si el habla popular hispanoamericana tiende a diferenciarse cada vez más y el habla culta se mantiene en el nivel hispánico general, ¿no llegará el momento en que se separen, como ocurrió con el latín culto y el hablado? ¿Quién puede augurar la grandeza eterna de una lengua o de una cultura? La desintegración no parece, sin embargo, fenómeno inevitable.
En el Congreso de Academias de la Lengua de 1956, volvió a plantearse el problema de la unidad del español. Don Ramón Menéndez Pidal veía el seseo y otros rasgos del español hispanoamericano como defectos y pensaba que podrían corregirse mediante intervención temprana durante la infancia. También veía en los medios de comunicación masiva una presencia que extinguiría las variedades dialectales en el mundo. En el mismo congreso, Dámaso Alonso expresó alarma sobre el estado del idioma y vio en ia Academia la institución que debía velar por la unidad. Ya en 1950, a propósito del habla culta granadina, había dicho que la fonética castellana aparecía totalmente cambiada y gravemente amenazada en muchos casos. En el vocalismo encontraba ocho fonemas claramente diferenciados (dos tipos de e, de o, de a), es decir, estaba socavada la estabilidad del pentágono vocálico del español, que siempre se ha considerado fundamental en la estabilidad de nuestra lengua.
Un estudio profundo de las hablas regionales de España e Hispanoamérica desentrañaría hechos análogos en otras partes. ¿Y no los desentrañaría también en las diversas regiones del francés, el inglés, el alemán o el ruso? La eliminación de las hablas dialectales que veía Menéndez Pidal es una utopía. No es necesario ni deseable que ello suceda. Las variedades dialectales son inherentes a la existencia de la lengua común, y no la ponen en peligro mientras ella tenga cohesión, vida cultural, poder irradiador.
El signo de nuestro tiempo, más que la fragmentación, es el universalismo. El destino de las lenguas responde, salvo contingencias catastróficas, al ideal de sus hablantes. Y este ideal oscila entre dos fuerzas antagónicas: el espíritu de campanario y el espíritu de universalidad. El espíritu de campanario lleva a convertir lo que se cree peculiarmente propio en norma superior. Por ese criterio, tendríamos cuarenta o cincuenta lenguas españolas. Los hispanohablantes tienen el privilegio de pertenecer a una comunidad de lingüística de cientos de millones de hablantes, [una de las primeras del mundo]. El ideal general es la universalidad hispánica. Esa universalidad no puede basarse en el había popular o familiar, diferenciada por naturaleza, sino en la culta, que se eleva por encima de las variedades locales o sociales y es denominador común de todos los hablantes de origen español.
La lengua escrita es la norma del habla general. La unidad de la lengua española sólo puede ser obra de la cultura común. Y entiendo por cultura común, más que la adoración del tesoro acumulado por los siglos, la acción viva, permanentemente creadora, de la ciencia, el pensamiento, las letras. La República del castellano está gobernada, no por los más, sino por los mejores escritores y pensadores de la lengua. Y en esa empresa de gobierno superior cabe una emulación siempre fecunda. Pueden participar y competir en ella, sin restricciones ni favoritismos, todos los países de ía lengua española.

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